Los temores de la disidencia

Muchas razones llevaron a Freud a presionar por cerrar las filas entre los practicantes del psicoanálisis como grupo organizado. Literalmente constituyó con ellos un “movimiento” (Freud, 1914) al estilo de los otros movimientos culturales en boga en la época. Como grupo, los analistas gozaban de una singular identidad grupal que los distinguía de otros practicantes. Naturalmente existían reglas que definían el ingreso, la permanencia y la salida de los miembros al círculo. Particular atención mereció presionar a los practicantes en el entrenamiento de un método que los mantuviese al margen de las pasiones que la intimidad del encuentro analítico podían despertar. Son notorias las recomendaciones al joven Jung para que procediera con cautela en el tratamiento a Sabina Spielrein, dado el peligro de sucumbir a una relación erótica (McGuire, 1975). En su carta del 31 de diciembre siguiente, insistía Freud en recomendarle que “…como venerable viejo maestro… es preferible permanecer reservado y puramente receptivo. No debemos permitir nunca que nuestros pobres neuróticos nos enloquezcan. Creo que es necesario un artículo sobre la contratransferencia, el cual por supuesto no podríamos publicar…” (Traducción libre). El conocido curso de los acontecimientos probablemente fue un factor más que contribuyó a la separación de Jung del movimiento analítico de Freud. Pero podemos quizás elucubrar que también influyó y llevó a Jung a distanciarse de lo singular e íntimo de cada relación analítica para explorar privilegiadamente lo general, reconocer en cada sujeto, no lo que lo hace único, sino lo global y genérico, lo conocido bajo un foco más distante e impersonal de lo que el encuentro analítico freudiano implicaba.


Ferenczi fue otro de los que excursionó fuera del marco de recomendaciones sancionado por Freud. Junto a Rank, trató de diseñar modificaciones técnicas en las cuales la participación activa del analista pudiera servir de ventaja al paciente y acelerar el curso de los tratamientos (Ferenczi y Rank, 1924). A pesar del aprecio de Freud hacia Ferenczi, las ideas de éste último propiciaron el distanciamiento y exclusión del círculo central del movimiento analítico. Sin embargo es probable que algo de su genio quedara sembrado en algunos de sus discípulos y analizados. Entre ellos, notablemente Melanie Klein y Clara Thomson.

Melanie Klein es una muestra importante de la dualidad entre las fidelidades y la rebelión al modelo clásico teórico de Freud. Por una parte en sus planteamientos clínicos privilegia la importancia del objeto, describe cómo el analista es depositario de funciones que el paciente no tiene o las tiene defectuosas, y a través del procesamiento y ejercicio de esas funciones, el analista puede devolver al paciente materiales más utilizables de manera que poco a poco el paciente transforma, repara o desarrolla aquellas cualidades que en principio eran fuente o razón de su patología. Su descripción inicial de los procesos de proyección (Klein, 1946) sirvió de base a numerosos desarrollos, en los cuales la persona del analista distaría de ser una pantalla en blanco o un descubridor del contenido oculto en el inconsciente del paciente, sino un activo interlocutor cuya sensibilidad y características serían desde entonces cruciales en el desarrollo del análisis. Sin embargo, la descripción y aplicabilidad clínica de sus experiencias fueron siempre traducidas tanto por ella como por muchos de sus seguidores, al mundo de la metapsicología. Quizás por este interés de validar en la metapsicología freudiana y extenderla o ampliarla a una metapsicología contemporánea o kleiniana sin mayor violencia a los postulados iniciales de Freud, la escuela kleiniana permaneció como escuela aceptada dentro de la corriente general iniciada por Freud. Por supuesto, que esto no ocurrió sin fuertes sacudidas a la estructura de las instituciones analíticas.

Pero otros autores no fueron tan afortunados. En Inglaterra, los importantes trabajos sobre la teoría de relaciones objetales, que levaron anclas desde el puerto kleiniano, excursionaron cada vez más en aguas de profundas novedades. Autores creativos como Winnicott lograron su aceptación o simpatía de una parte importante de la sociedad analítica a pesar de sus importantes divergencias conceptuales con aspectos tenidos por básicos de la metapsicología clásica. Quizás Winnicott tuvo la habilidad de replantear o reinterpretar a Freud y a Klein de manera sui géneris,de manera tal, que su obra terminara por parecer una extensión lógica del trabajo de ambos. La importancia del objeto externo, la flexibilidad y ampliación de la idea de la contratransferencia, cobraron cada vez más importancia. El analista apareció más activo e incluido en el mundo de la interacción y el objeto de su estudio estuvo cada vez más definido, de acuerdo a los cambios en las concepciones de la ciencia moderna. El estudio quasi experimental del desarrollo del infante y de las interacciones humanas, llevó al descubrimiento de la importancia del apego como función en la cual el sujeto inicia, mantiene y necesita continuamente de la influencia y mutualidad del otro para su desarrollo y para el mantenimiento de su salud mental.

La claridad y simpleza de la obra de Bowlby (1969, 1973 y 1980), sustentada por datos objetivos de observación y alimentada cruzadamente de la etología del momento, con concepciones y entendimiento más contemporáneo de Darwin, representó una seria sacudida a la metapsicología tradicional. El privilegio que la corriente kleiniana daba a la fantasía, en la cual el entorno real era sólo el teatro en el cual las fantasías, primitivas y resultantes de postuladas presiones instintivas, podían ser proyectadas e imponerse distorsionadas o no, sobre la vida y objetos reales, fue severamente cuestionado por Bowlby. Este enfrentó a la predominante corriente del psicoanálisis británico con la demostración de la importancia del objeto real . La expulsión de Bowlby de la Asociación Psicoanalítica Internacional, llevó sólo a retardar por algún tiempo su influencia. Como en una expresión de Freud, “la voz del conocimiento es una voz suave, pero no se detiene hasta hacerse oír”, (Freud 1927b, pp. 53) los hallazgos de Bowlby sirvieron de base a mayores desarrollos experimentales y teóricos dentro y fuera del psicoanálisis. Además de dar novedoso sentido a planteamientos psicoanalíticos existentes previamente como los de Loewald (1980) o los de Winnicott (1960), en los cuales ya resaltaba la relevancia real del objeto y de las modalidades y vicisitudes de la relación.


También en las Américas, fueron estigmatizadas hasta nuestros días planteamientos, que al igual que en el caso de los de Ferenczi, abogaban por técnicas de participación activa y pre-determinada del terapeuta (Alexander y Frank, 1946). Las tormentas y amenazas de cismas, o de exclusión de la sociedad analítica desatadas, fueron factores que determinaron el incremento de la ortodoxia freudiana en el psicoanálisis de Norte América. Por este motivo, otros importantes desarrollos centrados en la interacción terapéutica, como los planteamientos de Sullivan (1953), Thomson (1964), Fromm (1960), y los de otros, fueron en general marginados por la generalidad de las instituciones analíticas norteamericanas.

Podemos concluir que el temor al ostracismo, a la disidencia y exclusión, retardó la re-emergencia del tema de la interacción e ínter subjetividad en la relación terapéutica. Quizás al final, como otros conocimientos obtenidos lentamente, madurados y comprobados una y otra vez, al volver a surgir lo han hecho con el vigor y vitalidad, derivados de la repetida observación y la confirmación y articulación con otras áreas del conocimiento humano, no necesariamente internas al psicoanálisis.