Rogelio Valladares González
Las pulperías
de la Maiquetía donde nació el 28 de febrero de 1914, eran manejadas,
en su mayoría, por isleños como su padre Fermín Valladares
Amador, cuya pulpería era visitada de continuo porque allí se
conseguía absolutamente todo.
Dos calles componían esta parroquia del departamento Vargas (capital La Guaira) del Distrito Federal (capital Caracas), la Calle Real que, por estar empedrada con adoquines, era propicia para el paseo en coche y a caballo, y la Calle del polvo, llamada así por las polvaredas que levantaba la brisa marina y que fue pavimentada alrededor de 1920 para colocar los rieles del tranvía.
En esa bucólica Maiquetía de carretas y un mercado con arco de piedra, aprendió las primeras letras en el libro de Mantilla guiado por su madre Angelina González Castro y, posteriormente, las señoritas Peniche los asomaron al idioma francés. “Pero, la persona fundamental en mi educación, fue el maestro Sergio María Recagno. Él nos enseñaba la geografía, la economía, la historia… de Maiquetía, del departamento Vargas. Con él aprendíamos acerca de las actividades económicas de la zona y cómo todo giraba en torno al puerto de la Guaira, pues el desembarco y control de mercancías, y todo lo que de ella deriva, nos era muy familiar. Así, a los 12 años, ya yo sabía de registros de géneros y mercaderías, de aranceles, pesas y medidas, factores de conversión, redacción comercial y geometría. En verdad el maestro Recagno invitaba a aprender. Estimulaba la curiosidad, la búsqueda, la creatividad”.
Doce años contaba cuando falleció su padre, y esa experiencia le amplió su mundo hasta Caracas. Allí llegó, con su mamá y su hermano menor, José Manuel, a casa de su tía María Teresa González Castro de García. “Evaristo, su esposo, de origen canario y nacido en El Valle, se convirtió en mi padre. Él me regaló mi primera cámara fotográfica y yo retrataba sus vacas importadas. Desde entonces dediqué a la fotografía gran parte de mi tiempo”.
Debido a que Sarría, donde estaba el colegio San Francisco de Sales, quedaba muy distante de Carapita, allí permaneció interno desde 1926 y hasta 1933 cuando egresó como bachiller en filosofía. “Los padres salesianos me examinaron y, aunque estaba capacitado para comenzar sexto grado, como nunca había presentado exámenes oficiales, comencé cuarto. Es que al maestro Recagno, lo oficial, poco le importaba; él se dedicaba por entero a enseñar. Así que redescubrí el cuarto grado y descubrí el béisbol. En béisbol éramos excelentes los del colegio salesiano, pero en fútbol eran invencibles los del San Ignacio, con quienes teníamos frecuentes intercambios deportivos.
Deportes y excursiones sabatinas por los alrededores de Caracas y vacaciones en Carapita, fueron mis diversiones de entonces. Allí en Carapita compartía mi tiempo con mi compañero de estudios, Silvio Gutiérrez, quien vivía en la casa que había sido del Presidente Antonio Guzmán Blanco”.
Del colegio en que recibía atención integral por 100 bolívares al mes y de los padres Isaías Ojeda, Ignacio Buró y Francisco José Izquierdo (1887-1975), fundador de la cátedra de Anatomía. En las primeras elecciones, aunque suplente, fui principal, porque el señor Tinoco, quien tenía una pulpería y el apoyo de los campesinos de la zona, nunca ejerció por su avanzada edad. Representé al partido Acción Nacional, integrado por socialcristianos como Rafael Caldera y Pedro José Lara Peña, y embrión del partido socialcristiano COPEI. Como concejal ganaba 150 bolívares semanales, pues por sesión ganaba 75, y eran dos sesiones semanales. El poeta Andrés Eloy Blanco fue mi compañero de cámara y el abogado Carlos Morales, el presidente del concejo municipal”.
Hasta abril de 1941, ya graduado de Doctor en Ciencias Médicas en 1940, fue concejal del Concejo Municipal del Distrito Federal. “De ambas actividades, privó la medicina y, como en especial me interesaba la salud pública, hice el curso para médicos higienistas organizado por el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social; y de inmediato me fui para El Tocuyo, estado Lara, donde ejercí como Médico Jefe de la Unidad Sanitaria y de la consulta de pediatría del único hospital que había, desde abril de 1941 y hasta junio de 1943”.
Pocos meses después de haber comenzado a ejercer formalmente como profesional de la salud y dueño además de un flamante “fordcito” de 4 mil bolívares, contrajo matrimonio con su prima Luisa Margarita García González. “Margot compartió conmigo su padre, Evaristo, y su casa. Ella, compañera de juegos, amiga y esposa, siempre ha estado en mi vida, o yo en la de ella… la amo profundamente. Fue educada por las religiosas francesas en La Guaira y por las Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús en la Calle Real de Sabana Grande. Con nuestra hija mayor, Mariela, se graduó de bachiller en el colegio Santiago de León de Caracas. Debido a que perdí la vista, ella lee pacientemente para mí. Tenemos cinco hijos: Mariela, Nora, Fermín Rogelio, Juan Andrés y Rodrigo”.
De El Tocuyo fue trasladado a La Victoria en el estado Aragua y allí fue Médico Jefe de la Unidad Sanitaria y Jefe del Servicio Médico del Reformatorio de Mujeres. “En La Victoria viví una experiencia que me reforzó más aún mi interés en la salud pública y en la lucha antituberculosa. Debido a la forma como actué en una epidemia de paludismo causada por unos arrozales cercanos a la ciudad, el doctor Arnoldo Gabaldón me gestionó una beca ante la Oficina Interamericana de Salud Pública. Hasta el momento en que me fui, seguí contribuyendo con la lucha antituberculosa liderizada por el neumunólogo José Ignacio Baldó. Ambos, Gabaldón y Baldó, eran médicos verdaderamente comprometidos”.
Después de ejercer durante un año en La Victoria, estuvo tres meses en Puerto Cabello (estado Carabobo), antes de partir para la Escuela de Salud Pública de Harvard University. “Al regresar en septiembre de 1945, trabajé como adjunto del doctor Baldó, experto en tisiología y fundador de la lucha antituberculosa en Venezuela y del sanatorio de El Algodonal, así como del programa de medicina simplificada, investigador incansable y generoso con sus conocimientos. Por ese tiempo, yo ganaba como 1.200 bolívares al mes por trabajar desde las 9:30 de la mañana y hasta el final de la tarde en El Algodonal, pues de 7 a 9, daba clases en la Universidad Central de Venezuela. Así evitaba la superposición de cargos. Yo siempre he estado peleado contra eso y creo que los médicos abusaron y siguen abusando de las horas contratadas. Cabalgan horarios irresponsablemente. También di clases en las escuelas Nacional y Municipal de Enfermería. Siempre de tuberculosis. La Nacional quedaba en Cotiza y, la Municipal, en la quinta Los Laureles de El Paraíso, quinta ésta que fue de los Arcaya”.
Tres años, desde febrero de 1963 y hasta febrero de 1966, permaneció en Washington como Asesor Regional de Tuberculosis de la Organización Sanitaria Panamericana y, a su regreso, formó parte nuevamente del equipo del doctor Baldó. “Durante el primer gobierno de Rafael Caldera (1969-1974), fui Director de Salud Pública y Director General del Ministerio de Sanidad, pero con la llegada del equipo de gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979), pasé a ser Médico Jefe de la Oficina de Salud Pública Internacional, porque la salud no es negociable desde el punto de vista político. Esa posición no la cambié ni la cambio. Finalmente, m jubilaron por años de servicio con 4.500 bolívares”.
Ya jubilado, ejerció en Washington como Consejero para Asuntos Científicos y Tecnológicos en la Embajada de Venezuela hasta el año 1984 en que se instaló a vivir en la Urbanización Santa Inés como vecino de su hija mayor Mariela. “Esta casa en que vivimos costó algo más de 900 mil bolívares. Desde entonces he seguido trabajando sin cobrar para organizaciones como la Asociación contra la Tuberculosis y Enfermedades Respiratorias de Caracas, y he colaborado con diversas publicaciones en defensa de la salud pública. Hace mucho tiempo ya del consultorio que tuve en la clínica Panamericana Catia, al que iba al salir de El Algodonal, y que cerré por no saber cobrar. Por ello no entiendo cómo los médicos han podido dejar de atender emergencias y partos para que se les aumente el sueldo. Al tiempo de aumentarles los sueldos a los médicos, hay que exigirles declaración jurada de cargos y de horas contratadas, y ponerle así término a la superposición de horarios y abandono de pacientes”.