Fantasmas
de la infancia
"Compromiso
grande es ese de ser médico, así lo he sentido muchas veces al
darme cuenta de que después de adquirirlo,
es indispensable cumplirlo a cabalidad si se quiere mantener la dignidad de
la palabra empeñada".
JLT, El Compromiso de ser médico
“De
hematuria se murieron dos tíos míos; de perniciosa, tres primos
hermanos, sin contar infinidad de amigos y compañeros de escuela que
agonizaban de pronto sin haber cumplido quince años”.
Tal era el panorama que describe José León Tapia en Los Años
del olvido, conjunto de relatos que se mantuvieron inéditos hasta
1989 con la publicación de sus obras completas. En realidad, desde julio
de 1963 esperaban en su gaveta.
Retoma la historia: “Ni la perniciosa ni la hematuria
tenían curación y por eso el pueblo se sintió tan contento
la tarde cuando llegó un doctor extranjero quien, según decían
los rumores, traía unas ampolletas italianas para terminar con el fantasma
de la muerte”. En realidad, el doctor Addimandi logró salvar
enfermos, pero no a Laura Contreras: “Me solidaricé
con él en su derrota”, escribe Tapia al narrar la despedida
de una de sus primas. Episodios como éste fundaron en él la simiente
de la vocación. El doctor intentó tanto cuanto pudo, pero el paludismo
resultó más fuerte.
Más de cuarenta años después, descansa José León
Tapia en bata y pantuflas en el patio de Santa Inés, la casa donde vive
sobreviviendo a la canícula barinesa. Allí toma fresco para entonces,
recordar: “En mi familia y en mi pueblo no existían
médicos. Un tío abuelo llamado José María Tapia
Iriarte era quien tenía conocimientos empíricos para resolver
los problemas urgentes. Eso era por los alrededores de 1935”, quizás
sería luego de que el doctor Addimandi cambiara Barinas por Roma.
Tapia Iriarte tenía una botica. Y en ella, todo se resolvía. Aunque
hubo casos de gran dificultad, como aquella vez que tuvo que hacer una amputación
de brazo a un muchacho, luego de que le estallara una bola de dinamita envuelta
en hilo de pescar. El sobrino estaría presente para observar.
Pero de todos, hubo
un lance definitivo: “Vi morir de mengua a un primo
de mi padre con una herida de puñal en el abdomen y creo que desde ese
momento tomé la decisión de ser médico. Yo debía
tener unos diez años de edad. Eso me decidió, sobre todo por la
cirugía”. La planta empezó a germinar.
"Así
se iba la vida en esos años distantes donde la muerte continuaba llegando
sin aviso. Llegaba arropada por la lluvia de pozos estancados, lechos de anófeles,
lunares negros en las paredes blancas, alas zumbantes, música de los
atardeceres y paludismo en sus aguijones golosos de sangre".
JLT, Evocaciones en lejanía