Persiste la tendencia de agravamiento de
los factores sociales, culturales, político-administrativos y
biológicos responsables de la transmisión malárica en
América. Sumado a ello, los cambios climáticos estan
ocasionando cambios en los hábitats de los anofelinos, cambios
en la capacidad vectorial que pudieran incrementar la
transmisión malárica. (WHO, 1996). Se ha estimado que cambios
de temperatura en el mundo de 1 a 3 grados centígrados previstos
para el año 2100, aumentará al doble la capacidad vectorial de
los anofelinos en los paises tropicales y aproximadamente 100
veces en los de clima templado (WHO, 1996). Estos fenómenos
parecieran indicar la aparición de nuevas áreas maláricas
antes refractarias (transmisión a mayor altitud como está
ocurriendo en Sierra Parima en la frontera de Brasil y Venezuela)
y la presión constante de la reintroducción en áreas
previamente maláricas. Sólo en Estados Unidos han surgido 57
brotes con trasmisión local entre 1940 y 1996. (MMWR, 1997).
Es por ello imprescindible, tratar de modular todos estos factores, en lo particular el desarrollo social que permita una relación armónica consigo misma y su entorno, evitando el deterioro en la salud y calidad de vida de la población. Concomitantemente, es necesario el desarrollo de nuevas herramientas para el control del vector y el parásito. En este sentido, uno de los grandes aportes recientes del Continente Americano en el control de la malaria ha sido el desarrollo de una vacuna contra la malaria. Patarroyo, investigador colombiano publica en 1988 el primer ensayo clínico exitoso de una vacuna químicamente hecha contra P. falciparum. En Venezuela se realiza el primer ensayo en población civil (Fase III) de esta vacuna (Noya et. al 1994) y posteriormente, la evaluación conjunta por Meta-analisis de los estudios en América Latina, Africa y Asia (Graves et al 1998), confirman la eficacia de la vacuna SPf66.
Este ha sido un siglo muy fructifero en cuanto a investigación en malaria y los aportes de investigadores del continente americano. Es de destacar que la pionera actividad de Willian Gorgas, Paul Russell, Fred Soper, Carlos Chagas y Arnoldo Gabaldón, se cierra con los aportes invalorables de Trager y Jensen quienes en 1976 cultivan por primera vez a P. falciparum, permitiendo el desarrollo explosivo de la investigación sobre esta especie en el laboratorio y cerrando el ciclo a finales de siglo con el aporte fundamental de los esposos Nussengweig (Nussenzweig V. ad Nussenzweig R. 1989) que sentaron las bases para el desarrollo de vacunas antiesporozoiticas y finalmente el de Manuel Elkin Patarroyo, quien demostró por vez primera la posibilidad de desarrollo de una vacuna contra la malaria y además por la vía de la síntesis química. (Patarroyo et al 1988).