¿Cuál es nuestra historia?
En 1985 publiqué una nota editorial en Acta Psiquiátrica y Psicológica de América Latina titulada "Ser psiquiatra en América Latina" (Alarcón, 1985). Un colega y amigo venezolano, agudo lector de la historia de nuestra disciplina en el continente, sugirió una suerte de actualización de tal tema en el contexto de final de siglo, en tanto que la pregunta "¿Vale la pena?" refleja en su aparente e inofensiva ingenuidad, el cúmulo de angustias, interrogantes, esperanzas y frustraciones de casi 15.000 hombres y mujeres de América Latina que, en un momento decisivo de sus vidas, escogieron consagrar su destino profesional a este agridulce, a veces esquivo pero incambiable quehacer que llamamos psiquiatría.
"Un psiquiatra latinoamericano montado a horcajadas entre el escenario material del norte y la presencia eterna de mis montañas, mis cielos azules" |
Permítanme
empezar planteando preguntas aparentemente simples pero
necesarias y que, en cierto modo, enmarcan la estructura de
mi presentación: ¿Qué somos y quiénes somos los psiquiatras
de América Latina? ¿Cuál es nuestra historia?. ¿Qué es, en
última instancia, esta ciencia, este arte que recibe el nombre
de psiquiatría? ¿Qué es y que nos ofrece esta realidad
geográfica, social, política y demográfica que se llama
América Latina? ¿Cómo se constituye esta entidad que llamamos
psiquiatría latinoamericana, cómo se practica, cuáles
son sus características más resaltantes y cuáles sus logros
más sobresalientes en casi 200 años de historia?. Y en un
ámbito más personal y tal vez más profundo: ¿Está
satisfecho, es feliz con lo que hace, un psiquiatra o una
psiquiatra en nuestro continente?. No he investigado todos estos
temas, no tengo cifras exactas ni tablas ni encuestas, no tengo
complicadas fórmulas estadísticas, ni siquiera etnografías,
memorias o declaraciones exclusivas, no soy autor de los miles de
informes elaborados por aburridas y aburridoras burocracias
nacionales o internacionales.Ello no quiere decir, sin embargo,
que tales trabajos y tales documentos no sean necesarios. Soy
sólo un modesto observador, "un inquilino tristón de las
orillas" como reza un verso de Piero, el cancionista
argentino en la epifania de los años 60; un psiquiatra
latinoamericano montado a horcajadas entre el escenario material
del norte y la presencia eterna de mis montañas, mis cielos
azules, mi infancia y mi juventud nunca fracturadas, jamás
alienadas, siempre cerca de mis amigos y hermanos en esta patria
grande. No pretendo contestar tajantemente aquellas preguntas ni
la pregunta del título. Únicamente, ofrecer perspectivas,
alguna que otra información y reflexiones personales en torno a
estos temas cuya trascendencia, sin embargo, no podemos negar.
Los psiquiatras de Latinoamérica
tenemos ciertamente orígenes modestos. Somos, aunque no lo
tengamos muy presente, herederos de brujos y hechiceros de la
amazonía, la meseta, la sabana o las islas del Caribe. Cargamos
el legado de rituales, sortilegios, hierbas y danzas revestidas
hoy con los ropajes de una modernidad prestada (Roselli, 1977;
León, 1972). Cierto es que la colonia nos trajo retazos de la
medicina
medieval y renacentista y que más tarde nos afrancesamos o nos
anglificamos en función de la hegemonía de moda, pero siempre
nos quedó algo de la sabiduría y el ingenio del sacerdote, del
amauta, del curandero. Fuímos los "loqueros",
custodios o guardianes en manicomios subhumanos, padecimos (¿o
gozamos ?) del aislamiento espléndido al que una sociedad
culpable y cobarde nos relegó por muchas décadas (Alarcón,
1990). Más recientemente, no podemos sacudirnos del impacto
primariamente norteamericano de una tecnología deslumbrante,
embriagadora y despersonalizadora (Appadurai, 1999). Pero estamos
en Latinoamérica, somos latinoamericanos y sea cual fuere el
campo de la psiquiatría en el que nos movemos, llamémonos
clínicos, académicos, investigadores o neurocientíficos,
estémos entregados a la psiquiatría pública o a la práctica
privada, o a ambas como es el caso de muchos colegas a lo largo
del continente, nuestra identidad y nuestro quehacer llevan ese
inconfundible sello de una cultura que combina sensibilidad
intensa, pasión, un sentido peculiar de la historia y de su
ritmo en el devenir humano, una actividad que va mucho más allá
de los formalismos profesionales, una habilidad telúrica que
permite enhebrar historias en contextos reales y no codificados,
y creatividad en la generación de recursos terapéuticos en
zonas deprivadas. Somos flexibles en marchas y contramarchas
dictadas por "escuelas", agendas y ortodoxias
distintas, sabemos sobrellevar los avatares de la convergencia
entre ideales inexhaustos y realidades innegables, no creo que
hayamos perdido del todo la inocencia de jornadas románticas
pero estamos prestos al replanteamiento de estrategias si las
circunstancias así lo determinan (Alarcón, 1990). Todo eso
somos y todo esto hacemos.
"Somos, aunque no lo tengamos muy presente, herederos de brujos y hechiceros de la amazonía, la meseta, la sabana o las islas del Caribe" |
Por otro lado, estamos a las puertas de un nuevo siglo y el regodearse con pasados gloriosos o con el legado de culturas milenarias puede equivaler a ejercicio negatorio o a indiferencia casi suicida. Somos parte de esa mítica "aldea global" que los centros de poder se empecinan en endilgarnos sin reconocer diferencias de la más variada índole. Pero, aun si no lo fuéramos, no podemos negar la influencia de un proceso informático cada vez más complejo y entrelazador y, después de todo, tenemos la porosidad y la receptividad que provienen de nuestra visión no provinciana del mundo y de sus realidades (Alarcón, 1990; Vidal, 1987). La psiquiatría contemporánea no es lo que fue un siglo atrás, ni siquiera 20 ó 30 años atrás. Los avances en la comprensión de etiopatogénesis, diagnóstico y tratamiento de depresión, ansiedad, pánico, enfermedad bipolar o esquizofrenia son realmente impresionantes. La investigación epidemiológica y clínica nos sitúan mucho mejor en la estimación de prevalencias, tendencias, diferencias etarias y de género, accesibilidad y utilización de servicios y, por cierto, de los resultados de nuestras intervenciones clínicas. Mal que bien, la psiquiatría de hoy reconoce el enorme espectro de interacciones biológico-culturales que incita a la búsqueda de conceptos-puente, nexos relevantes para el por qué y el cómo de enfermedades mentales (Alarcón, 1999) y, lo que es más importante, sigue asumiendo su rol de disciplina médica líder en la protección y salvaguarda del humanismo como base inalienable del encuentro terapéutico y de la relación con el paciente, su familia y su comunidad en lucha cotidiana contra adversarios formidables (Alarcón, 1998; Saurí, 1969).
"Para ser psiquiatra se requiere todavía un set especial de requisitos que van desde la capacidad empática hasta la habilidad para trascender barreras disciplinarias y moverse cómodamente en campos tan diferentes como la interacción molecular o la violencia callejera" |
No puede negarse entonces que ser
psiquiatra es radicalmente diferente de ser cualquier otro
especialista médico, a pesar de la muchas veces manoseada
remedicalización de nuestra disciplina. Para ser psiquiatra se
requiere todavía un set especial de requisitos que van
desde la capacidad empática hasta la habilidad para trascender
barreras disciplinarias y moverse cómodamente en campos tan
diferentes como la interacción molecular o la violencia
callejera . Ser psiquiatra requiere todavía un conjunto de
intereses vastos, casi renacentistas, porque los seres humanos
con los que lidiamos requieren esa comprensión extensa de sus
historias y sus avatares. Ser psiquiatra exige, como decía
Octavio Paz de André Breton, capacidad de adivinación y de
contradicción, aquélla para entreabrir la historia del tiempo
personal, ésta para fortalecer y afinar su temple anímico (Paz,
1996). O, como el mismo Breton pregonaba en el zenit de su
revolucion surrealista: sería un error creer haber captado la
manzana de la "claridad", cuando encima de la manzana
tiembla una hoja más clara: la sombra de la duda (Breton, 1996). ¿Por qué
invoco al surrealismo para hablar de la psiquiatría?. ¿Es que
no nos hemos preguntado alguna vez que nuestra especialidad es o
parece ser una actividad surrealista? ¿Y no es Latinoamérica
con sus paisajes, las calles de sus ciudades y las acciones de
sus gentes, un immenso lienzo surrealista, tal como nos lo decía
Alejo Carpentier (Carpentier, 1986)?
Pero ser psiquiatra también requiere disciplina, dedicación consistente, focalización de intereses en el momento y a la distancia. Disciplina que le haga captar la exacta secuencia de una historia clínica, la comprensión fenomenológica del hecho psicopatológico, su significación dinámica, su evolución etiopatogénica en la multidimensionalidad bio-psico-socio-cultural y espiritual. Consistencia que le permita elaborar un esquema de tratamiento comprensivo, la integración de enfoques individuales, familiares y grupales, la elección de un agente psicotrópico y la explicación pormenorizada de sus efectos deseables y secundarios. La fundamentación de su diagnóstico no en teorías esotéricas sino en la evidencia de una literatura científica (no solo neurocientífica, sin embargo) sólida y reconfirmada . Y finalmente, disciplina que le permita vislumbrar el pronóstico con la mayor objetividad posible y que le haga regular con genuina calidez humana la provisión de consuelo, esperanza y optimismo que, después y a pesar de todo, es lo que nuestros pacientes esperan siempre.
Tal es, entonces, la herencia del psiquiatra latinoamericano y la esencia de quien se llame psiquiatra en cualquier latitud del globo. Ahora bien, ser psiquiatra en América Latina entraña una dimensión añadida, diferente y, por cierto, fundamental. En otros escenarios, en particular en aquéllos del llamado Primer Mundo, la compartamentalización de realidades es tal vez un ejercicio factible, fácil y cotidiano, pero, para el psiquiatra latinoamericano, el permanecer ajeno a las circunstancias del ambiente en que vive y ejerce es prácticamente imposible. Por designio histórico, por temperamento, por exigencias ambientales reales e innegables, el psiquiatra latinoamericano y su quehacer son, para parafrasear nuevamente a Paz, un "singular universal" (Paz, 1951). Veamos por qué.