El observar, concluir, y un experimento de niños
Otra dificultad de la observación científica es la de desligarnos de tendencias a concluir sin mayor base que nuestros sentidos o la de nuestras tendencias y deseos. Presenté la gráfica de la figura 3 por separado a un grupo de diez colegas. Sin mayores explicaciones pedí que expresaran que podían pensar al observar el comportamiento de una variable cuyos valores estaban representados por los puntos esféricos. Nueve de ellos de una u otra forma expresaron que aunque algo errática, la variable mostraba un comportamiento cíclico con clara tendencia a la repetición. El colega de excepción dijo que prefería no opinar por suponer que había algo de broma o truco en mi propuesta. De hecho, tenía razón, pues los valores observados de la variable que por unanimidad del resto de los colegas fue catalogada de cíclica, en realidad eran valores entre cero y nueve, generados por un método bastante seguro de producir números al azar. Al unir los valores con líneas, nuestra mente parece programada a establecer la idea de secuencia, otorga al registro orden y sentido, y la conclusión errada que plantea de que la generación al azar de los dígitos describe un régimen cíclico.
La gráfica del caso anterior muestra datos numéricos que supuestamente han derivado de algún tipo de observación, pero cuyo valor no es de dudar. En nuestros campos médicos encontramos con frecuencia personas que plantean poseer determinados dones que les permite observar supuestos fenómenos. Así, se han puesto de moda diversas modalidades de terapias en las cuales los practicantes plantean estar entrenados para detectar alteraciones de supuestas energías en el cuerpo de los pacientes, y poseer además la capacidad de redistribuir esas energías, deslizando sus manos a escasa distancia del cuerpo. Por supuesto, no existe ninguna definición física del tipo de energía de la cual se trata, ni hay explicación aceptable alguna de tipo físico, de cual sea el mecanismo de acción de las manos del practicante. En 1998, una niña de escasos 11 años decidió realizar su experimento de la feria de ciencias de su colegio sobre el tema. Emily (Rosa et al. 1998) no sabía entonces que batiría el record Guines como la más joven autora del prestigioso JAMA. Su diseño experimental fue simple. Reclutó 27 practicantes de renombrada experiencia, éxito y fama entre numerosos pacientes, y quienes afirmaban todos tener la capacidad de detectar la supuesta energía corporal de manera inequívoca, al grado de poder "trabajar" diariamente con ella en muchos casos de pacientes. Emily pidió que a través de agujeros en un cartón, los practicantes detectaran sin ayuda visual, en cual momento las manos de Emily estaban próximas a las manos de los practicantes. Emily realizó un número significativo de pruebas con cada voluntario y sus resultados los sometió a sencillas estadísticas que por lo demás no eran necesarias: de manera contundente demostró que la "observación" o percepción de los practicantes sobre la presencia sentida de la energía del cuerpo de Emily era simplemente regida por el azar. De hecho, si por azar podríamos esperar aciertos en el 50% de los casos, en cerca de 300 ensayos los tratantes lograron acertar en el 44%...