Huella indeleble
Pifano comprendió el difícil jeroglífico del enfermo
y su circunstancia, donde lo único cierto es lo incierto y lo único
seguro es lo inseguro, donde el nunca y el siempre son palabras demasiado
precisas para ser empleadas, donde la presencia del médico es aliento
y es alivio, es bálsamo principalísimo. Vivió en el recato
de quien comprende, que el error está siempre acechante a la vera de
la práctica médica, que no existe ni contra ni vacuna contra
la propia incipiencia y que los yerros de los colegas deben servirnos más
para aprender de ellos, que para denigrar de sus personas. En esta época
de abuso inmisericorde del tecnicismo en detrimento del intelecto y del juicio
clínico, Pifano se erige como patrón de la simplicidad en el
diagnóstico, de la parquedad en la indicación terapéutica,
del trato humanitario y compasivo, ese que tanto sirvió a sus enfermos
de quienes fue seguro recipiente de sus cuitas y confidencias: Sabía
mucha materia médica, pero también aprendió a ser médico,
porque ambos ingredientes no vienen juntos.
Fue un inconforme y así, no se contentó como tantos en copiar experiencias foráneas, sino que amasó la suya propia con la maestría de un orfebre y el sentido utilitario que hace que las cosas puedan ser aplicadas y sirvan. Afortunado fue en no vivir nuestro país de hoy, donde cunde el resentimiento de quienes no tienen, porque no tienen con qué..., se desprecia por ignorancia o por envidia el conocimiento hecho a pulso en la fragua del trabajo digno y comprometido, los científicos que lo poseen son tratados como oligarcas, escuálidos o parias, hay incomprensión y sospecha hacia su desprendimiento, nadie entiende cómo puede trabajarse en provecho de un colectivo al cual se siente indeleblemente unido sin parar miente en el propio beneficio.
El
periodismo venezolano ha sido mezquino con las figuras notables de la medicina
nacional, a quienes han ignorado como andrajosos, y no hicieron una excepción
con Pifano; muy poco se dijo acerca de la pérdida de este venezolano
ilustre, cuyos restos algún día deberían estar donde deben
estar, en el Panteón Nacional, al lado de los prohombres que tejieron
en la angustia de sus trasnochos la urdimbre de un país. Cómo
sufrió el Maestro en la noche triste de estos destructivos tiempos revolucionarios
que no lograba comprender, él que había sido un constructor...
¿Cómo podría entender el retroceso a la marginalidad y
el primitivismo, la entronización de la ignorancia mezclada con audacia,
de la incompetencia ligada a la parálisis, del aspaviento a la mentira
unida como acto de fe, de la envidia y el odio a la excelencia, del cinismo
con desparpajo, del hombre de álgido corazón, de la insensibilidad
extrema ante el sufrimiento humano manifestado en el desplome de la salubridad
pública, en el repunte de la malnutrición de niños y adultos,
en el ascenso de enfermedades endémicas y epidémicas, en el destartalamiento
de las redes primarias de atención, en el genocidio hospitalario de cada
día, en la carestía de medicamentos, en el mito de un cambio que
no es tal...? Pero no tengo dudas de que volverán tiempos mejores en
los que los médicos, como parte importante del andamiaje social, jugaremos
un rol protagónico. Nosotros, partícipes de las miserias de nuestros
enfermos, tendremos que estar a su lado y siempre de su lado, para confortarlos
y defenderlos a ultranza, pues únicamente a nosotros nos tienen como
aliados para denunciar los atropellos a su dignidad e integridad de venezolanos,
por ello, no pueden volver las huelgas médicas, o reeditarse las “horas
ceros”, indignos procedimientos que el Maestro nunca cohonestó,
porque van contra la esencia de nuestro ser y hacer como curadores y contra
los derechos del paciente, independientemente de las buenas intenciones sobre
las cuales se hayan sustentado estas acciones.
Espero que el Maestro Pifano haya encontrado sitial de excepción en el Templo de Minerva, desde donde pueda darnos calma y luz en momentos tan difíciles para la patria, en circunstancias de permisiva invasión de pseudo-médicos cubanos contra toda ley y derecho y que nada de medicina tropical saben... ¿Qué le vamos a hacer? No había un Pifano en Cuba. ¡Qué insulto a su memoria Dios mío...! Como conglomerado médico, estamos en el deber de depurarnos desde adentro dejando de lado la politiquería estéril, beneficio de unos pocos, que tanto daño nos ha hecho en nuestra dignidad y decoro.
Recorrió su vida esparciendo amor a su patria, a los campesinos desheredados de toda justicia, a la medicina venezolana, a sus pacientes y a sus numerosísimos alumnos que hoy le echamos de menos. Hizo su vida científica en un área donde había abundancia de escasez y de paso nos mostró la importancia de una vida sencilla, de una vida frugal. Su extrema vejez con la reclusión forzosa a que le llevó, le hizo vivir de sus recuerdos y sus sueños no realizados. ¡Ah malaya quien hubiera podido! Se iba Pifano y su vida señera, mostrándonos lo laberíntico e infinito del camino hacia la verdad y el conocimiento, cuando ya proliferaba el bandidaje que entretiene su tiempo entre el prontuario delictivo, la casa del partido y el ámbito de un desgobierno circunscrito a su circo de vulgacho. Él había dejado obra y escuela, había podido sustituir el mundo de sus sueños, por un mundo de real de creación: El nacimiento y crecimiento vigoroso de la Medicina Tropical en Venezuela. Debemos exaltar la herencia de virtuosismo con que nos legaron las generaciones pasadas y figuras como la de Pifano para que sirvan de argamasa que nos una ante el formidable enemigo que hoy día enfrentamos, tenemos por vencer y estoy seguro de que venceremos.
No era Pifano hombre ganado a los honores y homenajes y por años le vimos rechazar en forma irrevocable muchos de ellos, pues decía que “estaban reñidos con su formación y temperamento”.2 ¡Qué contraste con aquellos otros que se mueren por vivir a la sombra del gobernante de turno, fotografiándose con él como si esa sombra virtual les infundiera un poco de la credibilidad y de la hombría de que carecen! Tal vez por ello, a pesar de haber sido elegido el 28 de abril de 1955, Individuo de Número de la Academia Nacional de Medicina para ocupar el Sillón XXX, pospuso su incorporación para 14 años más tarde por preferir “el meandro silencioso de la investigación científica en el laboratorio y en el campo al encuentro de los grandes centros académicos con los triunfadores después de ardorosos momentos de combate”.5
Su bondad hacia mi persona fue manifiesta y desinteresada. En repetidas ocasiones me comentó que se iría feliz de este mundo si a su partida ocupaba yo su puesto en la Academia. Menos mal que mi incorporación ocurrió mucho antes, pues además de que distancias insondables separaban su ciencia y su personalidad científica de la mía, hubiera sido muy doloroso para mí reemplazar a mi mentor y amigo a quien quería, honraba y honro en grado sumo.
Creo haber retribuido a la amistad que me brindó, a la confianza que me otorgó al dejarme penetrar en su hogar y hacerme recipiente de sus intimidades y partícipe de sus anécdotas, de pintarme una vida cristalina y sin ostentaciones... Siempre caminos inspiradores a seguir. Al través de la soledad, su enfermedad nos acercó, y de manera simbólica muchas veces me habló del desierto del Sahara: “La soledad inmensa que aflige el alma son las 700 leguas de calma y paz”, me decía. Aunque sabedores de que el apartamiento que trae consigo la enfermedad mordicante es una paradoja de deseo y al mismo tiempo de rechazo del visitante, sé que mi presencia fue siempre bienvenida, pues, ¡Qué mejor que la amistad sincera, bálsamo tranquilo cuando la desesperanza impera! Espero no haber incurrido en exageraciones ni haber empleado palabras dulzonas que él no hubiera querido oír ni tolerado... Pero si así hubiera sido, le pido me perdone, porque la verdad puede ser amplificada por el filtro del corazón y la vibración de los sentimientos.
Las Moiras, las inexorables Parcas, deidades fúnebres hijas de la Noche y personificación del destino de cada mortal tocaron a su puerta en la edad provecta, a los 91 años con meses, y cuando el fin llegó, Átropos fue la encargada de cortar en dos mitades el hilo de su vida... y el Maestro se fue adormeciendo y el dolor le abandonó, mientras avanzaba con la frente en alto hacia la luz del empíreo. Es ley de vida algunos dirán, otros sin llorar, miraremos su partida agradecidos y nos lamentaremos de no tenerlo nunca más como símbolo viviente, paradigma y oráculo de la medicina nacional. Calle el crótalo de la vipérea serpiente, detenga el plasmodio la infestación del eritrocito, no cale los huesos el escalofrío palúdico, detenga su genio agravado el dengue hemorrágico, retroceda el chipo y su chupada mortal, no muerda el corazón el tripanosoma de Cruzi, el Maestro ha muerto, ha fallecido Pifano, el enemigo formidable, el aguaitador de enfermedades “nostras”, el hombre lleno, bueno, bondadoso y sencillo, un hombre de verdad, ingenuo, sincero, sin dolo ni artificio...
Uno un sentido duelo que también es el mío y el de mi familia, al de Doña Angelita su fiel guardiana y compañera de luchas por más de 66 años, al de sus hijos, nietos, familiares y amigos, al de la Academia Nacional de Medicina, al de la Medicina Nacional, al de la República de Venezuela a secas, al de los médicos y al de la ciudadanía toda. ¡Descanse en la paz que mereció...!
Señoras,
señores