¿Qué es América
Latina?
¿Qué es América Latina? Este trozo del globo en el que la historia no comenzó con la llegada de Colón, Cortés o Pizarro, fue escenario de un encuentro crucial que, en definitiva, le dió un nombre. El conquistador ibérico, católico y aventurero, corajudo y pecador, subyugó militarmente a dos civilizaciones y a multitud de grupos culturales tributarios en un territorio que recibió prestado, posteriormente, el nombre de un cartógrafo italiano. La colisión de los gentilicios no reflejó el profundo, complejo e irresuelto dilema creado por la colisión de las culturas. Esta fusión de nombres Iberia y América en el adjetivo "iberoamericano" fue un recurso geopolítico tal vez más fiel pero no menos ambiguo que América Latina o Hispanoamérica. Su permanencia le confiere el mérito de un uso y la realidad de una designación. Sin embargo, la pregunta "¿Qué es América Latina?" persiste. Un recurso siempre útil al tratar de responderla, es poner un rostro al nombre abstracto: dar cifras a la entidad retórica, es tratar de decir quiénes somos y a quiénes nos debemos, no ya como profesionales o ciudadanos, sino como simples seres humanos nacidos en estos parajes que dieron en llamarse América Latina (Loles y col., 1995).
"Este trozo del globo en el que la historia no comenzó con la llegada de Colón, Cortés o Pizarro, fue escenario de un encuentro crucial que, en definitiva, le dió un nombre" |
América Latina es 320 millones de gentes. Más de la mitad vive en condiciones de extrema pobreza y desamparo, cerca de una cuarta parte padecerá en algún momento de su vida un cuadro psiquíatrico diagnosticable, y sólo una mínima proporción estará en condiciones de acceder a tratamiento alguno. América Latina es una de la regiones del mundo que aún tiene índices de natalidad casi tan altos como los de mortalidad pero donde los que mueren más son infantes y adolescentes (Alarcón, 1990; Loles y col.; PHO, 1996). América Latina es un conjunto de países cercanos en cultura, historia, lenguaje y destino, pero aún separados por nacionalismos fáciles, ambiciones miopes y egoísmos cobardes. Los países latinoamericanos tienen menos de 200 años de supuesta independencia política pero aún no se sacuden del todo de ciertos hábitos colectivos que nutren dictaduras, atizan descontentos, descencadenan crisis y perpetúan desigualdades.
Sin embargo, América Latina es también un mosaico efervescente de creatividad, reciedumbre, vocación de permanencia, tenacidad y logros ejemplares. Tierra de literatos, poetas y escritores que ha dado a la lengua cervantina contribuciones deslumbrantes. Continente de científicos, pensadores y técnicos, algunos o muchos de los cuales quisieron o pudieron emigrar para constituir una diáspora a pesar de ellos mismos. Territorio de románticos orgullosos e idealistas que igual deben su oficio a las visiones de un Alonso Quijano, a los sueños de un Bolívar, a las fantasías de una Sor Juana o a la sabiduría de un Sarmiento. Cuna de mentes lúcidas Finlay, Reyes, Bello, Houssay capaces de repensar el mundo y al hombre en términos de galaxia y de molécula. Eso es también América Latina.
Y su psiquiatría no puede dejar de mostrar este proceso de búsqueda y sedimentación, de reflejo que no es copia sino respuesta, de cuestionamiento que no es polémica insulsa, de trascendencia que no es un barato filosofar. Hace casi 10 años intenté delinear tres características comunes a la visión de veintinueve psiquiatras latinoamericanos interrogados acerca de la identidad de nuestra disciplina en su contexto geopolítico e histórico (Alarcón, 1990). Nuestra psiquiatría es mestiza porque todo o casi todo en la América Latina es mestizo. Y lo es porque recibió el influjo epistemológico de Europa y el asalto tecnológico de Norteamérica en un período de no más de siglo y medio -el último-, recogió sus postulados básicos y los adaptó y continúa adaptándolos a una realidad distinta, mestiza también. Porque mestizaje es fusión creadora, conocimiento renovado, crisol intenso (Alarcón, 1999). Que lo digan si no psiquiatras de la talla de Seguín, Nieto, Bustamante o Pagés Larraya.
La psiquiatría latinoamericana es social porque se vuelca a la exploración de procesos y fenómenos que trascienden los límites del individuo. Sus mejores y más originales aportes se dan en áreas tales como la epidemiología, las modalidades diagnósticas y terapéuticas folklórico-culturales, el afronte comunitario, la psicoterapia grupal, la investigación histórica (Mariategui, 1992; Alarcón, 1982; Roselli, 1970). Es tal vez la contribución al alivio de penurias masivas, la respuesta al clamor de millones, el esfuerzo por vencer una geografía arisca y servir a aquéllos que pagan culpas ajenas sin saberlo. Que lo digan si no psiquiatras de la talla de León, Pichón Riviére, Delgado Senior o González Enríquez.
Y nuestra psiquiatría es crítica porque no acepta a rajatabla elucubraciones foráneas o propias por deslumbrantes que éllas sean. Es crítica porque cuestiona y tamiza principios e ideas en nombre de una búsqueda perseverante y rebelde de la verdad. Es crítica porque aspira a desbrozar lo útil y aplicable de lo superfluo e inauténtico. Es crítica porque prefiere el compromiso con principios trascendentes a la fácil convivencia con presentismos huecos. Que lo digan si no psiquiatras de la talla de Delgado, Bermann, Horacio Taborda o Mata de Gregorio.
Quede claro, al afirmar estos rasgos, que la psiquiatría latinoamericana no se sitúa en vidriera exclusivista ni practica torremarfilismos obsoletos. Por el contrario, acepta necesidades y convergencias ecuménicas en una disciplina que debe tener un núcleo temático de solvencia universal, pero reclama también rasgos propios e identidad reconocible. Se reviste con el ropaje médico y practica el saber biológico que informa a la psiquiatría contemporánea, pero rescata con vigor un mensaje humanista esencial e innegociable. Y, al lado de una tolerancia ínsita para con la diversidad y el pluralismo, proclama que la aceptación no crítica de "verdades" improbables sólo puede conducir a la abyección y al servilismo (Berman, 1990; Mata de Gregorio, 1962). No es ningún secreto que en los renglones demográfico, social, de salud pública en general y de salud mental en particular, América Latina confronta desafíos enormes. Con una población actual de casi 450 millones, proyectada para el año 2010 a un impresionante total de casi 600 millones, la densidad demográfica por milla cuadrada puede alcanzar niveles intolerables especialmente en los países pequeños de Centro y Sudamérica. Con la posible excepción de Costa Rica, la composición étnica de esta población refleja diversos tipos de mestizaje, casi el 70 versus un 30% de raza blanca y otras etnias menores. En el momento actual, sólo Guatemala, El Salvador, Honduras y la Guayanas exhiben un predominio de población rural en comparación con la urbana (70% por lo menos), aun cuando este cuadro cambiará dramáticamente en el próximo milenio, con la consiguiente elevación del agolpamiento demográfico en las ciudades. No se proyectan modificaciones significativas en la composición etaria de la población latinoamericana, actualmente con más de 42% de menores de 15 años que la hacen una de las más jóvenes del globo. La tasa de natalidad por 1000 habitantes es de 32.5 en México, 34.4 en América Central (ambas por encima del 27.1 del promedio a nivel mundial) y 25.5 en Sudamérica. Es alentador el que las tasas de mortalidad por 1000 habitantes estén por debajo del promedio global (6 vs. 9), pero la mortalidad infantil asciende todavía a más de 42 por 1000 en México y Centroamérica y 30 por 1000 en Sudamérica. Las mujeres latinoamericanas tienen una expectativa de vida promedio de cinco años más que los hombres (70 vs. 65 años) (PHO, 1996; Alarcón, 1999).
"Con una población actual de casi 450 millones, proyectada para el año 2010 a un impresionante total de casi 600 millones, la densidad demográfica por milla cuadrada puede alcanzar niveles intolerables" |
Casi todos los países latinoamericanos poseen formas convencionalmente democráticas de gobierno. Setenta por ciento hablan castellano y 90% practican nominalmente la religión católica. En esta último renglón se da el fenómeno de crecimiento relativamente rápido de iglesias protestantes y la revigorizada práctica de ritos y cultos milenarios. El producto nacional bruto per cápita es de US $1500 al año, con una población económicamente activa que asciende al 33% del total. Cerca de 600.000 hombres y mujeres sirven en los institutos armados de todo el subcontinente, más de la mitad en los ejércitos de países sudamericanos. El ingreso anual per cápita es de US $8900 (4000 por debajo del nivel de pobreza en los Estados Unidos), en tanto que 38% de la población es analfabeta.
Examinemos algunas de las realidades de la atención en salud y salud mental, con énfasis en la formación y distribución de recursos humanos. Aparte del exceso de escuelas médicas (casi 300), la calidad de varias de las cuales está por debajo de estándares requeridos, se da también la plétora de algunas profesiones como la de psicología, que resulta en sub-empleo o desempleo por la falta de un mercado capaz de absorber el altísimo número de graduados. Al mismo tiempo, se carece de cuadros en otras profesiones indispensables en la conformación de equipos multidisciplinarios de salud mental (asistentes sociales, enfermeras, terapeutas ocupacionales y de recreación, entre otras). La concentración de profesionales en áreas metropolitanas es otro fenómeno endémico, como lo son también las magras sumas para salud mental en los presupuestos gubernamentales. Los psiquiatras ganan un promedio de 12 a 14.000 dólares al año, un residente de psiquiatría, el equivalente de 120 dólares al mes. Los psiquiatras dedicados a la docencia no llegan a 2000 en el continente. No hay en Latinoamerica una tradición de apoyo y activismo comunitario o de financiación consistente de proyectos de investigación en salud mental. Finalmente, la presencia de agentes nativos o folklóricos de salud mental, conformando el llamado sector informal de atención, es otro aspecto característico de este cuadro global (Alarcón, 1999; 1997).
América Latina afronta pues el siglo XXI con una mezcla fascinante de realidades y de expectativas. Los llamados indicadores socio-económicos en la última década parecieran generar un cierto optimismo en relación a la mejora de condiciones de vida material: niveles crecientes de industrialización y consecuente reducción del desempleo, mayor acceso a la educación, mejores y mayores posibilidades de vivienda decente, elevación del nivel nutricional, disminución de los índices de mortalidad y morbilidad. Por otro lado, hay también, persistentes y alarmantes signos de inestabilidad a nivel micro (desintegración familiar, hijos ilegítimos, violencia doméstica) y a nivel macro: aumento de niveles de criminalidad, violencia social y política, amén del omnipresente y poderoso influjo del tráfico y del consumo de drogas en prácticamente todos los estratos del cuerpo social latinoamericano.
El desarrollo histórico de la psiquiatría en América Latina estuvo marcado en sus comienzos por el influjo del conocimiento europeo traspalado a las colonias inicialmente dóciles y sin otra alternativa que la imitación pegajosa y vacilante. Por espacio de tres siglos la América Hispana fue un ente huérfano de sólidos influjos de metrópolis y en sus universidades medioevales del siglo XIX no hubo "curiosidad americana" para el ejercicio reflexivo o heurístico. Más tarde insurge un talante cuestionador y de búsqueda de vertientes y caminos propios, lamentablemente restringido por el cambio de timón en la nave hegemónica, de Europa hacia los Estados Unidos (Alarcón, 1990; 1990; 1997). A pesar del fárrago asfixiante de una cultura -la norteamericana- a veces indisciplinada y por lo mismo avasalladora, nuestra psiquiatría ha desplegado una sólida tradición clínica basada en postulados fenomenológicos y trabajos pioneros en las áreas asistencial, epidemiológica, de psiquiatría folklórica y social, psicoterapia dinámica y elaboraciones teóricas.