Artículo en homenaje a Pablo Anduze

 

Pablo Anduze de los seres humanos en extinción
Dr. Alexis Rodríguez

Hacer una semblanza del Dr. Pablo Anduze Díaz, no es tarea fácil, ya que su existencia fue pletórica de actividad vivencial. Pero haberlo acompañado en la distancia de 18 años es un puente inquebrantable de amistad suficiente para permitir expresar que él fue un hombre excepcional. Muchas veces el tiempo transcurrido desde la desaparición física, obnubila las propias concepciones de los seres que nos rodean, despojándolos de sus miserias y sólo recordando sus bondades. De Pablo, como me indujo a llamarlo siempre, a pesar de 50 años de diferencia de edad, puedo decir que no le conocí miserias. Hombre íntegro, con una clara visión de su existencia y posición en el ámbito de la sociedad que le tocó vivir. Creo que no hubo ninguna área del conocimiento que no le interesase. Nuestras interminables conversaciones fueron siempre una fuente inagotable de experiencia cultural y humanismo, en espectros que iban desde concepciones filosóficas, hasta cómo se clasificaban las orquídeas de nuestras selvas tropicales.

Mi primer acercamiento a Pablo Anduze, en el año de 1972, lo propició el Dr. Félix Pifano C., cuando durante mi incorporación al Instituto de Medicina Tropical, le pidió que me permitiera acompañarlo a las selvas de San Camilo, Ticoporo y Mijagual, para un estudio de vectores de fiebre amarilla, durante un brote que había causado 22 muertes. Allá comenzó ese largo periplo a través del conocimiento y una amistad profunda e insobornable, que sólo se interrumpió con su lamentable muerte.

Anduze fue, como expresó pascual Venegas Filardo (1), un real prócer de la Amazonia. A ella casi devoto le dedicó la mayor parte de su vida. Había nacido accidentalmente, digo yo, en Puerto España, Trinidad, en un viaje de su progenitora a la isla, en el año de 1902, es decir, caminaba de la mano con el siglo. Tuvo una infancia feliz, hasta la muerte de su madre, durante un brote de fiebre amarilla que incidió en Yaguaraparo, pueblo donde vivía la familia. En las etapas tardías de su adolescencia, fue enviado por su padre en compañía de Adelina, hermana menor, a estudiar a Oxford, Inglaterra, de donde devino el impecable inglés que hablaba. De sus aventuras y desventuras, como decía el Quijote (creo que él fue su reencarnación), podríamos referirnos a sus actividades más relevantes: fue uno de los argonautas que descubrieron las fuentes del Orinoco, en expedición presidida por Frank Rísquez Iribarren y José María Cruxnet, donde además iban otros hombres de ciencia y los representantes de nuestra estirpe indígena, de quienes Pablo siempre me decía "fueron ellos, a punta de machete, los primeros en llegar al origen del Río Padre". De esta expedición nace también su libro cumbre: Shailliliko, descubrimiento de las fuentes del Orinoco, páginas de las cuales sale la descripción de la expedición y todo lo que observaba ese espíritu inquieto, en semanas de agonía y sufrimiento en ese viaje interminable, a través de la trocha selvática y en los bongos indígenas. Aquí describe, cómo se ganaron para el gentilicio venezolano 4000 Km2, que yacían en el limbo de nuestras delimitaciones territoriales. Seguimos pensando que pocos venezolanos han tenido un conocimiento más integral, y cuando digo integral me refiero a la biología, la medicina, la geografía, la etnología, la pasión por lo indígena de nuestra Amazonia, que el Dr. Pablo Anduze. Ello hay que leerlo en sus otros libros: "Bajo el signo de Mawari" y "Los Deruwa", páginas llenas de sabiduría una profunda observación de hombres, animales y cosas.

Muchas veces veíamos llegar a Pablo a nuestro laboratorio en el IMT, con su afable sonrisa y picardía. Como en las últimas épocas, los médicos le recomendaban una alimentación muy controlada, me decía "vamos a comernos un chinazo", era decir vamos a un restaurante chino. Allí, durante un almuerzo o a veces cena, comidas regadas por un par de cervezas, que tenía prohibidas, Pablo narraba aquella suerte de aventuras que harían palidecer a Indiana Jones, durante sus viajes a la selva, tanto amazónica, como del resto del país. La recolección de especímenes, la grabación de cantos, cuentos y leyendas de la propia voz de nuestros indios que en alguna oportunidad los políticos corruptos del Territorio Amazonas, quemaron al invadirle su casa -a Pablo-, como si lo estuvieran quemando a él. Allí, en largas, diría más bien cortas, horas de pasar de un tema a otro, conocimos al entomólogo, el Dr. Honoris Causa de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, al entomólogo, al antropólogo, al geógrafo, al biólogo, al hombre enciclopedista. Allí navegamos en el bongo Makiritare, Deruwa, Yanumama, vimos su historia escrita en sus petroglifos, bebimos su chicha, tocamos sus instrumentos musicales, vestimos sus plumas de aves exóticas, nos curamos con sus hierbas y rezos de piaches, escuchamos y soñamos con la ciencia de estos paisajes llenos de misterio, interrogantes, fantasía, caminos de indios, espíritus que vagan por la selva y piden permiso a sus dioses para cazar, sus niños de sonrisas ingenuas, sus shamanes en viajes recónditos de su propio yo inducidos por sus drogas sagradas.

Cuatro días antes de su muerte vino a verme, para que le preparara un equipo entomológico, ya que quería colectar un espécimen de Culicino, que había visto en los años cincuenta en la Isla Ratón y que aseguraba era una especie para la ciencia. Mientras él mismo ponía las mallas en los frascos me dijo: "voy a trabajar al territorio y creo que no te voy a ver más, siento que me voy a despedir allá, donde siempre he querido estar". Medio en broma le repliqué: "déjate de vaina, que tú nos vas a enterrar a todos". Y así fue, allí dejó su historia... Hoy, en esta celebración de un hombre vivo y perenne, ya que sólo su cascarón yace enterrado, pasea con su alma entre los yagrumos, el moriche, el pijigüao, los raudales y caños, los araguatos, los papagayos y los loros, la neblina que cae en la tarde, los murmullos de la noche, la tierra inmensa del estado Amazonas, que fue su amante inmortal, como alguien se refirió a la otra amante, Manuelita, que acompañó a otro maravilloso loco.

1. Pascual Venegas Filardo. El Universal. Martes 5 de Diciembre de 1989

"Voy a trabajar al territorio y creo que no te voy a ver más, siento que me voy a despedir allá, donde siempre he querido estar" Pablo Anduze