Introducción

Aunque existe evidencia de que algunas civilizaciones antiguas utilizaron durante conflictos bélicos elementos de origen biológico para obtener ventajas estratégicas, como el caso de los romanos quienes arrojaban cadáveres en pozos para erradicar la población de una zona y los tártaros, quienes utilizaron sus catapultas para lanzar cadáveres infectados tras las murallas de Kaffa en 1346, el uso de estas armas de forma deliberada comenzó aproximadamente en el siglo XVIII, cuando el general británico Geoffrey Amherst entregó a una tribu de indios norteamericanos, mantas infectadas con viruela y continuó durante la I y II Guerras Mundiales.

Algunas características hacen de estas armas particularmente atractivas, entre ellas su fácil manejo y el hecho de que basta con verter pequeñas cantidades de estos agentes biológicos para que sean efectivos, gracias a su autopropagación. Igualmente, son de bajo costo de producción y desarrollo, si las comparamos con las armas tradicionales, y pueden causar un gran número de bajas, utilizando pequeñas dosis. Cualquier país con un proyecto de desarrollo agrícola está capacitado para producir armas químicas y bacteriológicas. Un inconveniente potencial es que pueden requerir también un adecuado desarrollo en el sistema balístico que traerá como consecuencia el desarrollo de mecanismos para vehiculizarlas (ej. ojivas), que no destruyan al agente durante el proceso como cuando se da el impacto del misil sobre el objetivo. Por otro lado, pueden tardar mucho tiempo en desarrollar su patogenicidad con lo cual se puede encubrir la autoría de su uso. Adicionalmente, hay algunas armas biológicas contra las que no se conoce más cura que el aislamiento de los afectados (ej. ébola).

Resulta paradójico que la búsqueda de protección frente a estas armas proviene más bien, no del deseo de proteger a la población, sino a las tropas que usan la propia arma, debido a que en principio estas armas son totalmente inespecíficas en cuanto a los individuos a los que afecta.

En la actualidad se busca, en primer lugar, la obtención de vacunas, hecho que ha demostrado no ser la solución definitiva, ya que la mutación del agente biológico - ya sea natural o inducida - es frecuente. Aun así la forma más sencilla de inmunizar tropas frente a la propia arma biológica es a través de la obtención de vacunas.

También se pretende encontrar, a través del estudio de los genomas de estos patógenos, los sistemas de detección, diagnóstico y descontaminación efectivos, Así como técnicas de identificación microbiana, eficaces para determinar a estos agentes biobélicos aún siendo modificados.